Radiografía de las playas de Angra dos Reis
Angra dos Reis significa Ensenada de los Reyes, advirtiendo que los monarcas son los Reyes Magos, debido a que el descubrimiento fue un 6 de enero de 1502. En realidad era el canal entre el continente y la isla, cosa que se supo tiempo después. El navegante, Gaspar de Lemos, repitió la equivocación que había tenido pocos días antes, el 1º de enero, al confundir la bahía de Guanabara con un río al que llamó Río de Janeiro.
En el continente se encuentra la ciudad de Angra dos Reis que pertenece al estado de Río de Janeiro, aproximadamente a 150 km hacia el sur de la capital estatal. La jurisdicción del municipio ingresa al mar y comprende un archipiélago de más de 300 islas, compuesto por pequeños islotes e islas de las cuales la mayor es Ilha Grande. Su contorno presenta 22 playas, formaciones favorecidas por la irregularidad de la costa con bahías y ensenadas.
Una de estas últimas es la llamada de Abraão (abrigo) donde se encuentran varias praias, entre ellas Abraão, y a sus espaldas la Vila do Abraão. Pequeña y pintoresca población, centro comercial y turístico, verdadera capital de la isla, porque hay otras, pero son simples grupos de residencias de alojamiento y servicios de playas. La villa tiene dos muelles, uno para la única línea oficial de ferry que realiza el servicio diario a tierra firme. Del otro zarpan las escunas de excursiones, único medio para acceder a la mayoría de las otras playas.
Este mismo muelle es punto de arribo de las lanchas donde desembarcan los pasajeros de los cruceros. Según las empresas a que pertenecen o itinerarios programados, las paradas son de casi todo el día o con tiempo suficiente para excursiones, hacer playa y compras.
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A medida que la lancha se acerca a la isla comienza a distinguirse más nítida la mata atlántica brasileña, selva que cubre toda la isla como un manto sobre la montaña que baja hasta muy cerca o sobre la costa. Ya en el muelle se observa el ir y venir de la gente por la calle costera, llamada Beira Mar, que es de tierra y arena. No se ven vehículos con motor, no hay, están prohibidos en toda la isla, donde la circulación es peatonal o en bicicletas.
El muelle atraviesa la playa y desemboca frente a edificaciones que si bien son negocios con exhibición de sus artículos, la imagen es de un pueblo de pescadores, aun cuando hay algunas construcciones modernas. La primera entrada hacia el interior es una callejuela comercial, especie de galería a cielo abierto. Los negocios continúan por toda la costanera por donde se llega a la plazoleta central en la que, al fondo con vista al mar, luce su modesta arquitectura la iglesia católica.
A la vera del templo se abre la calle principal que pronto entra en curva para salir por el lado opuesto cerca del muelle. A pocos metros después de la iglesia hay un ciber, cosa a destacar porque no hay bancos ni cajeros automáticos.
Esta villa, quebrando un poco la monotonía isleña, es la única en la que por las noches en los bares alrededor de la plazoleta se escucha música y se baila.
Pero el encanto no sólo está en el paisaje y las playas, sino también en las trillas, por donde se puede observar aves, monos e iguanas, y descubrir desde la cima de un morro otra playa, muchas veces desierta que espera ser visitada.
Dos picos de montañas llegan alrededor de los mil metros; una de las cúspides que se observa desde la playa es el Pico do Papagaio a 980 metros, al que se puede llegar con una noche de carpa en la ladera. Las aguas del mar no frías, verdosas y transparentes invitan a gozarlas, jugando, nadando o buceando. En las playas se puede ver peces de colores, tortugas marinas, barcos hundidos y hasta un helicóptero. No todas ofrecen las mismas características, pero en general son más naturales que Abraão. En algunas las arenas son casi blancas; de éstas se destaca Lopes Mendes en bahía opuesta sobre mar abierto. Incluso la Praia do Aventureiro no tiene luz eléctrica. El nombre determina a sus visitantes.
Por Ernesto Del Gesso
UNA HORA Y MEDIA EN GLOBO
El tren me deja a las 4.20 en la estación de Twyford, un pequeño pueblo apenas unos 50 km de Londres. Por suerte no hace frío -es pleno verano y aún faltan unos minutos para el amanecer-, y comienzo a mirar el reloj haciendo cuentas que involucran minutos y kilómetros, mientras noto cómo van apareciendo los primeros nervios. Tengo el boleto comprado desde hace varios meses y recién ahora la cosa parece volverse real. Me esperan a las 6 en punto aquí nomás, en el pueblo vecino, y por el momento en lo único que pienso es en hallar un taxi.
Con una puntualidad exasperante, el piloto llega exactamente a las 6 al punto de encuentro: la playa de estacionamiento de uno de los conocidos supermercados Tesco, aquí, en Henley-on-Thames. Minutos después nos dirigimos a una colina cercana y empezamos a sentir que ahora todo se ha puesto de una vez en marcha. Nos presentamos, nos saludamos -somos unos dieciséis, más el piloto- y comenzamos a armar el globo. Las indicaciones son simples y ahí vamos: es como armar una carpa, como extender una bolsa de dormir, una mezcla de juego y trabajo, a la espera de lo que vendrá. Después es extender las lonas y ver cómo se va inflando: cuatro ruidosos quemadores dan la señal, y entonces soltamos los tientos de a poco y observamos al globo erguirse lentamente.
Estamos una hora y media sobrevolando pueblitos, rutas y campo; las exclamaciones quedan ahogadas por un silencio que expresa un asombro difícil de poner en palabras. Estamos a unos 700 u 800 metros, por momentos entre dos capas de nubes y por momentos perdiéndonos en un horizonte blanco donde nadie se atreve a romper el silencio.
Aterrizamos en un campo de golf, interrumpiendo a algunos jugadores que nos miran con cara de ¿otra vez? El piloto, comunicándose por radio con su ayudante, pregunta: "¿Conocés a los encargados de seguridad del club?" La respuesta, previa al brindis y a las fotos, es claramente entendible. "No problem."ß
Aquella isla que en tiempos pasados fue un presidio hoy es un paraíso turístico para quienes desean descansar en paz huyendo del bullicio y para los amantes de la naturaleza. Un adelanto avalará la idea del lugar: no hay pavimento ni circulan autos, todo es peatonal.
Por Jorge Alejandro Pittaluga
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