NOTA: ¿Verificó de qué aeropuerto sale su vuelo?
Ojo con el aeropuerto. Todo pasajero tiene claro, presumiblemente, adónde, a qué hora y con qué aerolínea vuela. Pero el dato del aeropuerto de partida o llegada no siempre está tan presente, por extraño que parezca, y a veces depara sorpresas nada agradables.
Particularmente en los últimos tiempos, en que el tráfico aéreo se ha extendido y complejizado tanto. Ya no se puede dar por hecho que si se viaja hacia o desde tal ciudad entonces se hará por tal aeropuerto. Ni hablar de las compañías de bajo costo europeas, que han hecho de operar en aeropuertos alternativos, alejados e ignotos, uno de los secretos de su exitosa fórmula. Más que nunca, hoy hay que tomarse un momento para analizar en detalle el itinerario del viaje y esas enigmáticas siglas con las que IATA (International Air Transport Association) denomina a cada aeroestación.
Pero incluso en Buenos Aires se debe prestar atención. Hasta hace poco, la regla era facilísima: cabotaje, Aeroparque (código AEP); internacional, Ezeiza (EZE). Pero unos meses atrás todo se complicó: Ministro Pistarini comenzó a recibir vuelos nacionales y Jorge Newbery hizo lo propio con algunos extranjeros.
Ojalá le hubiera comentado esto con tiempo a un amigo que, unos días atrás, se encontró con mujer e hijo de un año en Aeroparque, muy dispuesto a embarcarse hacia Puerto Iguazú (IGR) y conocer de una vez por todas las Cataratas. Imagino el frío que habrá sentido de pronto cuando la empleada de Aerolíneas Argentinas estudió un rato su monitor hasta que levantó la vista, muy seria, y le indicó que su avión saldría en realidad... ¡de Ezeiza!
Por la hora ya no llegaba al otro aeropuerto. Por las características de la compra, tampoco podía cambiar el pasaje por otro de la misma compañía, pero saliendo de la pista frente a Costanera Norte.
Pero tuvo suerte: un empleado de mayor jerarquía y muy buena voluntad para las excepciones lo ubicó, sin costo extra, en un vuelo a Misiones desde Aeroparque. Más allá del mal momento, no hubo víctimas que lamentar en este caso.
Me pasó algo parecido, pero bastante peor en un viaje París-Buenos Aires, con escala en Lisboa. Haciendo alarde de viajero enterado y entrenado, llegué incluso a tomarme un colectivo común para ir, a las 4 AM, desde mi hotel por la estación Bastille hasta el aeropuerto Charles De Gaulle (CDG).
Hay dos tipos de viajeros, pensé entonces, orgulloso: los que sólo se pueden mover en taxi y los que le encuentran la vuelta local y más económica a sus traslados. Luego aprendería, de mala manera, que existe incluso otra clase de viajero: el que no revisa de qué aeropuerto sale su vuelo. En este caso, nada que ver con Charles De Gaulle: partía de Orly (ORY), segundo aeropuerto parisiense (que fue primero hasta la construcción de CDG), normalmente utilizado para viajes nacionales.
Demasiado tarde, intenté ir en taxi de CDG a ORY. Pero en pleno rush hour matutino, el tránsito estaba imposible entre los dos aeropuertos parisienses. Además, por no hablar francés, ni siquiera tenía posibilidad de ganarme la complicidad del chofer para hacer el trayecto de la manera más rápida posible. ¿Cuánto costó el taxi? 72 euros, que ni siquiera alcanzaron para no perder el vuelo a Lisboa. Todavía atesoro el ticket, expuesto en una biblioteca de casa.
Dos consecuencias del mal viaje: nunca más di por hecho el dato del aeropuerto y comencé a tomar esas postergadas clases de francés. No volví a confundirme de terminal ni tampoco logré nunca mantener una conversación normal con ningún taxista parisiense.
Particularmente en los últimos tiempos, en que el tráfico aéreo se ha extendido y complejizado tanto. Ya no se puede dar por hecho que si se viaja hacia o desde tal ciudad entonces se hará por tal aeropuerto. Ni hablar de las compañías de bajo costo europeas, que han hecho de operar en aeropuertos alternativos, alejados e ignotos, uno de los secretos de su exitosa fórmula. Más que nunca, hoy hay que tomarse un momento para analizar en detalle el itinerario del viaje y esas enigmáticas siglas con las que IATA (International Air Transport Association) denomina a cada aeroestación.
Pero incluso en Buenos Aires se debe prestar atención. Hasta hace poco, la regla era facilísima: cabotaje, Aeroparque (código AEP); internacional, Ezeiza (EZE). Pero unos meses atrás todo se complicó: Ministro Pistarini comenzó a recibir vuelos nacionales y Jorge Newbery hizo lo propio con algunos extranjeros.
Ojalá le hubiera comentado esto con tiempo a un amigo que, unos días atrás, se encontró con mujer e hijo de un año en Aeroparque, muy dispuesto a embarcarse hacia Puerto Iguazú (IGR) y conocer de una vez por todas las Cataratas. Imagino el frío que habrá sentido de pronto cuando la empleada de Aerolíneas Argentinas estudió un rato su monitor hasta que levantó la vista, muy seria, y le indicó que su avión saldría en realidad... ¡de Ezeiza!
Por la hora ya no llegaba al otro aeropuerto. Por las características de la compra, tampoco podía cambiar el pasaje por otro de la misma compañía, pero saliendo de la pista frente a Costanera Norte.
Pero tuvo suerte: un empleado de mayor jerarquía y muy buena voluntad para las excepciones lo ubicó, sin costo extra, en un vuelo a Misiones desde Aeroparque. Más allá del mal momento, no hubo víctimas que lamentar en este caso.
Me pasó algo parecido, pero bastante peor en un viaje París-Buenos Aires, con escala en Lisboa. Haciendo alarde de viajero enterado y entrenado, llegué incluso a tomarme un colectivo común para ir, a las 4 AM, desde mi hotel por la estación Bastille hasta el aeropuerto Charles De Gaulle (CDG).
Hay dos tipos de viajeros, pensé entonces, orgulloso: los que sólo se pueden mover en taxi y los que le encuentran la vuelta local y más económica a sus traslados. Luego aprendería, de mala manera, que existe incluso otra clase de viajero: el que no revisa de qué aeropuerto sale su vuelo. En este caso, nada que ver con Charles De Gaulle: partía de Orly (ORY), segundo aeropuerto parisiense (que fue primero hasta la construcción de CDG), normalmente utilizado para viajes nacionales.
Demasiado tarde, intenté ir en taxi de CDG a ORY. Pero en pleno rush hour matutino, el tránsito estaba imposible entre los dos aeropuertos parisienses. Además, por no hablar francés, ni siquiera tenía posibilidad de ganarme la complicidad del chofer para hacer el trayecto de la manera más rápida posible. ¿Cuánto costó el taxi? 72 euros, que ni siquiera alcanzaron para no perder el vuelo a Lisboa. Todavía atesoro el ticket, expuesto en una biblioteca de casa.
Dos consecuencias del mal viaje: nunca más di por hecho el dato del aeropuerto y comencé a tomar esas postergadas clases de francés. No volví a confundirme de terminal ni tampoco logré nunca mantener una conversación normal con ningún taxista parisiense.
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